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La laguna se tiñe de rosa en Oaxaca: el peligro ecológico detrás de la foto

Los científicos explican que la escasez de lluvias y las altas temperaturas elevan la salinidad del agua y eso afecta a las bacterias, responsables del color, y a la fauna lacustre

La Escobilla lagoon
Un hombre rema a través de las aguas teñidas de rosa de la laguna La Escobilla, en Oaxaca.UMAR
Jon Martín Cullell

La laguna de La Escobilla, en la costa de Oaxaca, empezó a comportarse de forma extraña hace un par de años. Los robalos y los pargos nadaban desorientados. De puro atontados, la gente de la comunidad solo tenía que meter las manos en el agua para pescarlos. Luego, aparecieron en la orilla mojarras y popoyotes hinchados con un fuerte olor a azufre. La mayor sorpresa estaba por llegar. A principios de mayo, la población tuvo que frotarse los ojos: el color del agua se había vuelto rosa.

Como cada mañana, Hericel Ramírez salió a correr y se dirigió a la laguna, unas 40 hectáreas de agua separadas del mar por una barrera de arena. Al llegar, se quedó pasmado. “Uy, ¿pero por qué está así?”. No daba crédito. Metió las manos en el agua con miedo y vio que estaba más caliente de lo normal. No la quiso probar. Pensó que alguien quizás había vertido material tóxico. “La laguna nunca había tomado una pigmentación rosa”, explica por teléfono este joven de 28 años, que normalmente trabaja como guía en un santuario de tortugas marinas cercano. “Tomé unos videos para llamar la atención de los especialistas”, cuenta.

Rápidamente, biólogos y estudiantes de la Universidad del Mar (UMAR), ubicada en Puerto Escondido, llegaron a La Escobilla, una comunidad hecha de dos docenas de casas dispersas entre la carretera y las olas. Tomaron muestras y las sometieron a análisis de laboratorio. Los primeros resultados descartaron que el color tuviera algo que ver con un vertido tóxico, pero la preocupación no ha desaparecido. Mientras decenas de curiosos viajan al lugar para tomarse una foto, los científicos alertan de que el color rosa es señal de que algo marcha mal en los ecosistemas de la zona. La sequía y la falta de precipitaciones fomentan la producción de pigmentos de bacterias y microalgas, responsables del color.

Un estudiante de biología de la UMAR recoge muestras del agua de la laguna.
Un estudiante de biología de la UMAR recoge muestras del agua de la laguna.UMAR

El fenómeno es conocido. La Escobilla es la tercera laguna costera de la zona que se ha teñido de rosa en los últimos seis años. En 2016, ocurrió en Coyula, parte de un área protegida de humedales, y en 2019, en Manialtepec. Cuando sucedió la primera vez, algunas personas quisieron ver en el extraño suceso ecos bíblicos. El biólogo Eugenio Villanueva, miembro del Comité de Playas Limpias de Huatulco, tuvo que salir a despejar dudas. “Intentamos explicar que se trata de un fenómeno muy bonito, pero que realmente significa contaminación y estrés ecológico”, dice. “Sigue siendo una sorpresa para todos que esto suceda, aunque en el sector ambiental enseguida supimos de qué se trataba”.

El problema de fondo es la sequía. La temporada de lluvias se ha acortado y las precipitaciones caen más espaciadas. Algunos de los ríos que alimentan las lagunas costeras se han vuelto temporales o se han secado. El monitor de sequía del Gobierno mexicano ha pintado toda la costa oaxaqueña de amarillo por atravesar un periodo “anormalmente seco”. Solo la península de Yucatán, Tabasco y pequeños reductos a través del país quedan fuera de la amenaza.

Hericel Ramírez cuenta que en la época de su padre la laguna de La Escobilla alcanzaba los 10 metros de profundidad. Ahora, durante el año apenas llega a metro y medio, y a cinco, en temporada de lluvias. “De unos cinco años para acá, hay muy pocas lluvias. Llueve tres días y luego pasa mes y medio para que caiga otra vez”, explica Ramírez. Al estar bajo el nivel de la laguna, la bocabarra no se abre al mar en los meses de otoño, como solía ocurrir, y el agua no se renueva.

A la escasez de precipitaciones se suman las altas temperaturas que provocan una mayor evaporación e incrementan la salinidad. “Hay más salida de agua por vapor que entrada a través de los ríos o del mar”, explica la bióloga Nieves Trujillo, que imparte clases en la UMAR y ha estudiado el fenómeno desde su primera aparición en 2016. “Eso hace que la concentración de sal sea mayor, de alrededor de 45 unidades de salinidad. Es muchísimo. Lo normal es de 30 en el mar”.

Conforme aumenta la salinidad, las microalgas presentes en la laguna activan una especie de mecanismo de defensa y empiezan a producir un pigmento naranja. Con el tiempo, las microalgas son desplazadas por bacterias halófilas que gustan de la alta concentración de sal y, a su vez, producen un pigmento rojo. Bajo ciertas condiciones extremas como las de La Escobilla, el color puede terminar por teñir la laguna entera, que se ve rosada en su superficie. “La concentración de sal y la intensidad luminosa hace que estos microorganismos se estresen y reaccionen así”, señala Trujillo.

En el camino, los peces mueren debido a la baja oxigenación del agua, consecuencia también de la alta salinidad. Los cocodrilos simplemente cambian de dieta; en lugar de peces, comen carroña. Sin embargo, las cigüeñas o las espátulas rosadas que sobrevuelan la zona dejan de detenerse en la laguna porque ya no hay nada que cazar. Los pescadores de La Escobilla, por su parte, tienen que salir a mar abierto. “La laguna alimentaba a la comunidad, pero hace dos años que no se pesca. Los pocos peces que había los capturaron y los demás murieron”, apunta Hericel Ramírez.

El auge turístico en esta zona de Oaxaca, fomentado por la existencia de dos aeropuertos internacionales a apenas 100 kilómetros de distancia, cada vez demanda más recursos. La carretera que recorre la costa y pasa a un lado de La Escobilla se está ampliando, otro obstáculo para los ríos que llevan agua dulce a las lagunas costeras. Además, los dueños de los terrenos que limitan con los cauces extraen material pétreo para utilizar en la construcción. “Los sistemas se están degradando a gran velocidad”, señala Villanueva. “Para restaurar la laguna, habría que desazolvar, buscar que los canales para el ingreso de agua dulce estén limpios”.

Sin embargo, abordar la escasez de precipitaciones y el aumento de la temperatura, las dos raíces del problema, escapa al control de cualquier biólogo bienintencionado. El riesgo es que, como sucedió en Coyula, la laguna de La Escobilla termine por secarse del todo y que en los próximos años se repitan los casos. “Ojalá se abriera la bocabarra para que el agua del mar llegue a nutrir a esa laguna”, dice Trujillo. “Si tenemos un año de sequía, estos fenómenos van a durar más o se van a volver permanentes”.

Mientras tanto, la comunidad de La Escobilla está decidida a ponerle buena cara al mal tiempo. La laguna se ha quedado sin peces, pero luce un rosa resplandeciente que ya atrae a turistas locales e internacionales. Se ha corrido la voz y acuden a comprobar si es verdad lo que se dice en redes sociales y a tomarse una foto. Para aprovechar este repentino interés, el comité de fiestas del pueblo ha empezado a controlar los accesos y a pedir aportaciones voluntarias a los visitantes. Todavía no es época de anidación de tortugas marinas, y la laguna rosada abre una fuente de ingreso adicional.

Nadie sabe cuánto va a durar el fenómeno. Los biólogos sostienen que el color se irá diluyendo cuando empiecen las lluvias. El otro día cayó un primer chaparrón, pero el rosa se mantiene. La comunidad reza para que aguante un poco más. Por si acaso, Hericel Ramírez camina cada mañana hasta la laguna para cerciorarse. “Si vuelve a su estado natural no va a ser un atractivo y para pescar ya no hay ni un pez que sea comestible”, dice. “Lo único es aprovechar la llegada de turistas”.

Vista aérea de la laguna La Escobilla.
Vista aérea de la laguna La Escobilla.UMAR

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Jon Martín Cullell
Es redactor de la delegación de EL PAÍS en México desde 2018. Escribe principalmente sobre economía, energía y medio ambiente. Es licenciado en Ciencias Políticas por Sciences-Po París y máster de Periodismo en la Escuela UAM- El PAÍS.

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