«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Ante el reparto de papeles de Sánchez y Díaz

Abascal vence en un debate en el que redondea su crítica a la ideología de género

Los candidatos a la Presidencia del Gobierno, Santiago Abascal (VOX); Yolanda Díaz (Sumar), y Pedro Sánchez (PSOE). Europa Press

No sólo la ejecución o desarrollo del debate eran desiguales, con un claro dos contra uno de Yolanda Díaz y Pedro Sánchez contra Abascal, es que el marco mismo y los referentes temáticos estaban distorsionados por una propaganda inaudita, colosal, y por el secuestro y compra de los medios de comunicación, unánimes en el apoyo a aquello que comparten Sumar, PSOE y el mismo PP.

Que el marco estaba distorsionado se pudo percibir por algo muy simple: el asunto al que más tiempo se dedicó, el asunto con el que el debate entró en calor fue el de la mujer. España ha sido el país del planeta que más intensidad propagandística ha dedicado a hacer del feminismo una ideología hegemónica y por eso no podía extrañar. ¿Es la desigualdad de la mujer el asunto fundamental del país? ¿Es la mujer española más desigual o vive especialmente peor que en el extranjero? No. Pero el feminismo era el gran asunto del debate. Este marco no lo fija Abascal, y ha sido el de la campaña.

A Abascal le costó algo arrancar en el primer bloque, el económico, pero fue en este segundo tiempo, el gran apartado social o cultural, donde brilló. Vimos al Abascal nacional, al Abascal seguro y fuerte en sus convicciones del País Vasco, pero en otro contexto muy diferente. Su lucha no era contra el nacionalismo antiespañol, sino contra la ideología de género. Y hay que decir, sin remilgo alguno y sin la menor tibieza, que estuvo magnífico: ese fue el Abascal de siempre, en una arena nueva. Y menuda arena.

Porque ya se percibía que estaba solo: solo contra dos, solo contra el Gobierno, contra la propaganda, los medios, el clima, ¡la ciencia y por supuesto Europa!

E hizo, en este tema en el que VOX recibe la más vil acusación, la de negar la violencia contra la mujer, algo más que ya se venía madurando en su discurso: atacó pero con una coherencia general y abarcadora. En su ataque a la ideología de género integró la ley trans, la ley del «sólo sí es sí» y la Ley de la Violencia de Género, y resumió sus efectos en el «borrado de la mujer» y la «traición a la mujer». La pérdida de seguridad de la mujer española exigía un planteamiento así, acusador: se han liberado violadores y ha aumentado la violencia sexual. VOX, que era el partido de la seguridad, se convierte así en el partido de la seguridad para la mujer. 

En el haz de su denuncia recogía, por tanto, la crítica a tres leyes y unos efectos gráficos y bien conocidos por grotescos: la autopercepción del hombre como mujer, su efecto en los vestuarios, el deporte femenino, la obtención de plazas; la suelta de violadores o la asimetría legal de hombres y mujeres en la Ley de Violencia de Género.

Abascal no sólo se defendió, también atacó de un modo integral, coherente y pedagógico. Sus posiciones, se dirá poco, son muy parecidas, paradójicamente, a las de gran parte del feminismo que se revuelve contra una ideología que difumina a la mujer. Su crítica podía ser la de cualquier feminista clásica. ¡Por eso los medios camuflan de violencia machista la de género! Porque muchas mujeres y muchas feministas están activamente en contra de las consecuencias del género.  

Abascal articuló una crítica global y vibrante a esa ideología y mientras esto pasaba, mientras Abascal armaba un discurso poderoso contra todo el edificio ideológico que sustenta la politización y difuminación de la mujer, en el otro lado, a su izquierda, se iba revelando un cambio: Sánchez cedía el testigo a Yolanda Díaz. Su encanallamiento, su vileza acreditada tomaba nueva forma en la candidata Díaz, autora de acusaciones gravísimas que relacionaban directamente el discurso de Abascal con los crímenes. El papel de Díaz y el papel de ese feminismo desfeminizador que convierte a la mujer en pura materia textual, en materia narrativa, en discurso; el papel, en resumen, que ese feminismo textual (la mujer-texto manipulada por el poder) juega en la política actual en España es, ya lo hemos dicho, puramente instrumental y es lo que permite la inversión de los polos políticos y morales: homologar y blanquear el golpismo catalán supremacista y el otro supremacismo filoetarra vasco convirtiendo en nuevos malos y nuevos terroristas a los machistas. Sustituir así un terrorismo real (y no poder decir ni Txapote) por algo que no lo es. Es la infamia absoluta tras la inigualable infamia de pactar con ETA. El grado de vileza de las acusaciones de Díaz marcó un nuevo fondo moral en la degradada política española. Yolanda Díaz logró proferir lo más bajo que nos ha sido dado escuchar a una generación a la que ya helaron la sangre los Patxi López.

En esos instantes, ante el cuajo enterizo del Abascal anti-ideología de género (a pecho descubierto como ante la antiEspaña etarra), el testigo discursivo e izquierdista se lo iba cediendo Sánchez a Díaz, como un relevo en el encanallamiento. Se producía ante nuestros ojos una metamorfosis, o al menos una cierta transición en la izquierda. Las falacias de Díaz parecían más frescas, terribles y heladoras, más ruines y bellacas que las de un Sánchez ya cansado y superado. Hasta hoy era el Rostropovich de la trola, pero lo de Díaz es otra liga.

En ese bloque, que fue el despertar y el clímax del debate, se advirtió de qué está hecha la izquierda de Sumar y particularmente su feminismo desfeminizador. Y Abascal dio voz, sin querer ellas quizás, pero innegablemente, a todo un feminismo opuesto, y al hacerlo ¿qué estaría pasando con los votantes del PP? Inercialmente sentirían simpatía por Abascal, pero en esa Babia suya inducida por la prensa estupefaciente y barbitúrica del centroderecha… ¿repararían en que Feijoo estaba del lado de Díaz y Sánchez?

Abascal luchó contra un monstruo de dos cabezas que en realidad eran tres, cuatro, cinco… para defender la nación, ¡qué obra de caballero antes contra este dragón-hidra!

«¿Qué es una mujer?»

En la parte caliente del debate y ante las peores acusaciones, lo que ha sido el centro de la campaña, Abascal presentó un desarrollo madurado de sus puntos de vista, con una crítica al movimiento de la ideología de género que recogía el sentido común, la antropología católica, las posiciones liberales y hasta el feminismo radical contrario al borrado de la mujer. Lo dijo Abascal: la mujer ha sido puesta en peligro y borrada hasta el punto de que una pregunta suya quedó sin contestación: ¿qué es una mujer?

Abascal tuvo aquí su punto cumbre. No sólo desmontó la gran mentira infamante sobre la que ha pivotado toda la campaña, sino que salió más que airoso con una crítica integradora y general que defendía a los hombres sojuzgados y, sobre todo, a las mujeres puestas en riesgo y en solfa. Esa crítica de Abascal no la podrían negar muchas feministas de izquierdas.

Y aquí fue donde Abascal nos volvió a mostrar lo mejor de sí, donde el Abascal cultural se puso a la altura del Abascal nacional de Llodio (misma soledad contra una ideología serpenteante), este punto fue complementado con algo que ya se apuntó: la propuesta democratizadora o democratizante de VOX. En el tercer punto presentó su oferta de consultas a la población recuperando la utilidad del artículo 92 y la visión de la primera derecha en los debates de la Constitución, pues los referéndums eran la propuesta autodenominada «populista» de Fraga frente a la UCD y el PSOE.

Así, el partido antimujer estaba esgrimiendo una crítica feminista y el partido ‘ultraderechista’ una propuesta democratizadora que siendo aún tímida le servía para desmarcarse del bipartidismo en el tramo final. Abascal habló de «un cambio total» frente a «ustedes, PP y PSOE, llevan décadas pactando con los nacionalistas al servicio de intereses o decisiones extranjeras».

Abascal ganó el debate, si es que se puede ganar semejante cosa; con un mastín en cada pierna, ante la más degradada versión de la política y del discurso actual que, latentes los separatistas, toma forma instrumental pasajera en el temible falso feminismo de Sumar y en el estilo personal de Yolanda Díaz, ya sin el menor asomo ni aspiración a lo señorial. Acabando con los señoros, efectivamente, han acabado con cualquier vislumbre de caballerosidad, honor, señorío y hombría, ausentes ya por completo en las nuevos discursos disolventes que vuelven a encontrar enfrente, y más solo, si cabe, a Abascal.

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