“El Balance mundial es importante porque es EL mecanismo que tiene el propio Acuerdo de París para hacerse una evaluación de si los países están dentro de los objetivos que se pautaron. Es importante porque, si no estuviera como parte del Acuerdo, es muy probable que tampoco se considere. Lo que no está no es legalmente vinculante. Entonces, es importante que un instrumento legal como el Acuerdo de París tenga dentro de sus previsiones la revisión”, nos comparte Enrique Maurtua Konstantinidis, asesor senior en diplomacia climática, mientras participa en el workshop preparatorio del Balance Mundial en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos. Sus más recientes presencias en las COP las ha dedicado a seguir de cerca este tema que parece demasiado técnico para los titulares de los medios masivos de comunicación, pero que debiera tener la atención de todos nosotros.
Definido por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) como “un proceso para que los países vean dónde están avanzando colectivamente hacia el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París y dónde no”, el Balance Mundial sería algo así como un inventario detallado y analizado de lo que los países han hecho -y no- para cumplir con sus tres principales objetivos:
En mitigación, mantener el límite de calentamiento por debajo de los 2°C, con esfuerzos al 1,5°C (hoy el consenso generalizado y exigido es hacia este segundo escenario).
En adaptación, aumentar la capacidad de adaptación a los impactos ya presentes del cambio climático.
En medios de implementación, que los países desarrollados movilicen y garanticen los medios de implementación (como el financiamiento, pequeño detalle) para apoyar y ayudar a los países en desarrollo con sus políticas climáticas.
Todo ello con un desafío: no ser un mero rejunte de información.
“El Balance Mundial terminará siendo un informe más, a menos que los gobiernos y aquellos a quienes representan puedan examinarlo y, en última instancia, comprender lo que significa para ellos y lo que pueden y deben hacer a continuación. Lo mismo ocurre con las empresas, las comunidades y otras partes clave interesadas”, alertó Simon Stiell, secretario ejecutivo de la CMNUCC.
Ese es el punto crítico: un inventario que sirva a una mayor, real y mejor acción.
En medio de lo innecesariamente lujoso y prohibitivamente caro de Dubái como ciudad elegida para la conferencia y de las críticas por el conflicto de intereses que representa el presidente de la COP28 y CEO de la compañía nacional de petróleo de Emiratos, el Balance Mundial será el protagonista técnico de la COP28 -o debiera serlo-. ¿Por qué?
2023 fue el año establecido en el Acuerdo de París para la realización del primer Balance Mundial. Es decir, en la COP28 en diciembre próximo. Allí culminará un primer ciclo de trabajo que incluyó colección y preparación de información (reportes de países, hallazgos científicos, estado de emisiones, datos sobre financiamiento), y evaluaciones técnicas (a través de diálogos en persona que revisaron la información colectada) que nos dará una primera radiografía detallada del cumplimiento -o no- del Acuerdo, pero también de algo más…
¿Tiene sentido hacer un análisis de cinco años si ya sabemos que las emisiones suben y que no se está haciendo lo suficiente? Incluso, ¿tiene sentido cuando el reciente reporte sobre el trabajo técnico realizado sobre el balance menciona que las emisiones globales no están en línea con el límite de calentamiento del Acuerdo de París y que la ventana de oportunidad para alinearse a él es cada vez más estrecha?
Se lo pregunté a Enrique: “Tiene sentido especialmente por las recomendaciones que puedan surgir del mismo. Está claro que tenemos los reportes del IPCC, que tenemos los inventarios, que sabemos cuáles son las trayectorias, que sabemos lo que hace falta… sí, lo sabemos. Pero nuevamente, al estar como parte legal del acuerdo, ayuda a que el Balance Mundial sea considerado y que los países tengan una rendición de cuentas. Justamente lo más destacado es que se le incorpora esa parte de qué es lo necesario hacer”.
Ahora bien, ¿todos están de acuerdo con aquello que el Balance Mundial debiera impulsar? Definitivamente no. Podríamos agrupar los temas en disputa en tres.
¿Recomendaciones? ¿Guías? ¿Recomendamos a todos o a algunos? En las reuniones preparatorias de junio en Bonn alguien me dijo en el pasillo: “Algunos países no quieren que el Balance Mundial dé recomendaciones sobre los pasos a seguir, sino que sirva de guía”. Al principio pensé que una y otra opción eran lo mismo, pero luego advertí que no. Especialmente si uno lo pone en el contexto de los intereses en juego, algo que nos lleva a la histórica disputa entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. ¿Por qué?
Los países desarrollados (o algunos, o la mayoría, como para que no se ofendan en la generalización) buscan que el Balance Mundial inspire a mirar para adelante en todo lo que hay que hacer, en todo lo que todos tienen que hacer -léase mi ironía en este párrafo por favor- como si no existieran diferencias.
Los países en desarrollo, en cambio, quieren que las recomendaciones sobre las acciones necesarias a realizar se basen y no olviden el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, y que se refuerce la responsabilidad diferencial del mundo desarrollado. Postura que sostienen -algunos con mayor o menor defensa- los países de América Latina, o la mayoría de ellos.
En uno y otro caso hay partes que se aprovechan de los argumentos como excusas para no avanzar en la acción. Sorry not sorry.
¿Decimos la palabrita que nunca queremos decir? Si claramente aún no estamos en la trayectoria que nos lleve a limitar el calentamiento por debajo del 1,5°C y tenemos que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ¿por qué no recomendar reducir las emisiones de donde más vienen? En otras palabras, ¿por qué no se habla de salir de los combustibles fósiles?
Enrique nos recuerda que no todo es tan simple como nos gustaría: “Tenemos que recordar que la naturaleza del Acuerdo de París y de estos procesos, que respeta la soberanía nacional y la autodeterminación de los países, implica hablar de emisiones a nivel colectivo y no de un sector o actividad en particular. Un acuerdo de estas características en un espacio multilateral diplomático no puede estar marcando con nombre y apellido quién, cuándo, cuánto ni dar órdenes”.
Claro que a él le gustaría otra cosa: “Uno esperaría o quisiera que el Balance Mundial apunte a ser lo más específico posible, a hablar de tender a la eliminación de los combustibles fósiles y de la reducción de la deforestación, a referirse a todas las cosas que efectivamente muevan la aguja y que hagan que la próxima ronda de contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC), en particular, nos ponga en la trayectoria para reducir las emisiones y estar alineados con 1.5°C”.
Aquí cabe preguntarse si algunos países latinoamericanos estarían tan a gusto con que, por ejemplo, se mencione al gas “natural” que defienden como “combustible de transición”, olvidando que, más que “natural”, es fósil.
Aún si hacemos recomendaciones detalladas respetando todas las diferencias y hasta mencionamos el carbón, el petróleo y el gas con mayúscula, ¿qué necesitaríamos? Money, money, money. No hay discusión en las negociaciones climáticas que sea ajena a la cuestión de financiamiento y que, por lo tanto, esté pendiente a la puja entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. No voy a entrar en detalle al respecto porque habrá una edición especial sobre financiamiento y porque prefiero profundizar conforme se den las discusiones en Dubái. Sí no dejaría de decir que hay dos cuestiones importantes a observar sobre este tema.
Por un lado, cómo los países desarrollados buscan eximirse de la responsabilidad de movilizar flujos financieros hacia los países en desarrollo, sea “porque China también…”, “porque todos tenemos que ayudar”, o vaya a saber qué otro argumento aparezca. Por otro lado, cómo la necesidad común de recibir financiamiento para sus políticas climáticas pueda ser un motivo de trabajo conjunto en una región latinoamericana que viene más peleándose entre sí que articulando en equipo.
El trabajo técnico sobre el Balance Mundial se cerró en las reuniones preparatorias de junio pasado e, indirectamente, con la presentación del reporte de síntesis de los co-facilitadores de septiembre. La COP28 será el lugar donde los países deberán discutir las implicaciones políticas de lo analizado técnicamente con vistas a que, esperemos, aceleren una acción climática más ambiciosa. ¿Cuál será el resultado político de este primer Balance Mundial? Esa respuesta solo la tendremos en diciembre cuando finalice la conferencia. Mientras, podemos saber cómo consideraría Enrique que fuera un resultado para el primer Balance Mundial.
“Un resultado que pueda dar cierta claridad sobre dónde están las posibilidades para mejorar los compromisos climáticos a 2025 y acelerar la implementación. Es decir, que la señal sea clara sobre por dónde irá el tema de financiamiento y del acceso a apoyo, porque esa es la señal que buscan los países en desarrollo para poder acelerar y mejorar los compromisos. Sectorialmente, en un caso ideal, hay que decir las cosas por su nombre: la principal reducción de emisiones que tenemos que hacer es la proveniente de los combustibles fósiles. Los combustibles fósiles son los principales responsables de este problema y es necesario atenderlo: quitar los subsidios, eliminar progresivamente el carbón, petróleo y gas, no hacer mención a falsas soluciones”.
Como lo hecho al momento no ha sido suficiente en materia de mitigación y tampoco nos hemos adaptado de la mejor manera a los crecientes impactos del cambio climático, las pérdidas y los daños ocasionados por esos impactos han elevado el protagonismo en las discusiones climáticas. Pero sobre ello conversaremos en una próxima edición…
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